sábado, 15 de enero de 2011

La reina de los mirlos

Es curioso como un día sin esperarlo, volví a coincidir con la chica más guapa del mundo en un cumpleaños de un amigo común; y después de un par de cervezas e innumerables copas cuando pensaba que todo sería como siempre, que seguiría tan inaccesible y yo tan autista, en una inocente conversación va ella y me sorprende esgrimiendo mis propios argumentos contra mí, exprimiéndome la emociones hasta el punto de obligarme entre lágrimas a decirle lo mucho que me importaba y de ese modo poner de manifiesto lo que ella ya sospechaba.

En su infinita caridad tuvo la delicadeza en ese momento de hacerme salir fuera a pasear con ella y durante ese tiempo recorriendo las calles de manera aleatoria, me sentí aliviado por estar a su lado y a la vez el ser más desgraciado del mundo por tener la certeza de no poder llegar nunca a ser alguien relevante para ella.

Mientras caminábamos sus palabras brotaban con crudeza pero a la vez con la dulzura que siempre la caracteriza. Nunca imaginé que lo estuviese pasando tan mal, me dolían infinitamente sus penas y me quemaba la impotencia de no poder hacer nada para aliviarlas. Los nervios el frío y mi confusión al oír sus palabras no contribuían tampoco a darle algún tipo de aliento o esperanza a sus inquietudes. Me sentí un completo inútil.

En un momento dado se paró a escuchar algo y mientras yo sólo oía aviones, ella era capaz de escuchar el canto de los mirlos entre los sonidos de la madrugada, entonces ocurrió algo que me pareció mágico; empezó a silbarles suavemente e increíblemente los mirlos al escucharla la contestaban en el mismo tono.

A pesar de mi dolor, hubiera deseado que esa noche no hubiera terminado nunca, me hubiese pasado la vida caminando junto a ella y escuchando su voz, pero de manera traicionera llegó la luz del nuevo día y hubo que retirarse a dormir.

Pasaron los meses y en otra noche de alcohol, vómito de verdades y dolor, se enfadó mucho conmigo por mi actitud hacia ella y me propuso dejar de hablarnos para no hacerme daño. ¡Mierda de vida!; yo que prefería la distancia a la indiferencia y desde entonces tengo las dos cosas envueltas con el recuerdo de cada una de las palabras de aquella amarga noche.

Ayer viernes me la encontré por sorpresa; tocó saludo casi protocolario, diplomacia en las palabras, sonrisas medidas y miradas tristes. Aunque sentía un impulso irrefrenable que me inducía a estar cerca de ella y contarle un millón de cosas, debía mantener la distancia, para así no molestar a la reina de los mirlos, emperatriz de mis penas y dictadora de mi alma......

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